Hablamos de algo que viene de una tradición más antigua de lo que pudiera parecer en principio. Algo que procede de la Alta Edad Media.
Los señores de la época recubrían las paredes con grandes tapices para proporcionar una capa que les aislara del frío y también introdujera el color en sus habitaciones.
Estos tapices eran, como es de suponer, algo a lo que solo podían acceder los más potentados.
Tiempo después, la burguesía pudo acceder a esos lujos en una versión más económica y que les proporcionaba un espacio más refinado y colorido.
Las principales técnicas históricas en el comienzo de su elaboración son: El grabado en madera —muy popular en el Renacimiento— y también el estarcido.
Más tarde, aparececieron las primeras máquinas de impresión que datan de una fecha anterior a 1700. Los primeros motivos reproducen escenas procedentes de sus antepasados, los tapices, tales como elementos de la naturaleza y cacerías. Fueron tan difundidos que incluso Alberto Durero trabajó en impresiones destinadas a colgar en las paredes, reproduciéndose en grandes hojas que llegaban a imprimirse en ediciones de hasta 700 ejemplares.
Poco después, surgen los primeros patrones de repetición denominados “repetibles” que fueron pensados para los llamados “papeles tapiz”. Inglaterra y Francia fueron los líderes en la industria europea del papel pintado. Entre las muestras más tempranas conocidas, se encuentra una pared de una casa solariega en Inglaterra; en la que, impresa en la parte posterior, una proclama fechada en el año 1509 descubre su longevidad. Es en esta época en la que Enrique VIII provoca una caída del comercio con Europa, pero aún así, Lord Gentry y la aristocracia inglesa mantienen el comercio del papel tapiz.
Durante el siglo XVIII, durante el reinado de Ana de Gran Bretaña, se instauró un impuesto a este tipo de mercancías que afectó al papel tapiz. A pesar de ello, Gran Bretaña se convertiría en el principal fabricante de toda Europa, importando sus papeles a todas las monarquías y a la aristocracia.
Muchas otras vicisitudes afectaron a este material de lujo, como la Guerra de los Siete Años y las Guerras Napoleónicas.
En 1760, el embajador británico en París decoró el salón principal de la embajada de color azul, decoración que se puso de moda en toda Francia. Más tarde, el fabricante francés, Jean-Baptiste Réveillon contrató a diseñadores de tapices que crearon los más bellos y sutiles motivos de la época —cielos azules llenos de flores de lis— estampados en seda.
También en estos momentos Jean-Baptiste Pillement (1763) perfeccionó el sistema para usar colores sólidos. Es la época de los papeles pintados a mano y con bloques de madera. Se realizan grandes panorámicas de arquitectura, paisajes exóticos y otros temas pastorales. A su vez, aparece la repetición de patrones con flores estilizadas de personas y de animales.
Palacio Lazienki.
A finales del XVIII, se inventa la máquina que permite producir impresiones con tintas de colores. Nicolas Robert patenta la primera máquina para producir papel continuo —anterior a la máquina Fourdrinier—, esta posibilidad ofrece un rico mundo de nuevos diseños y la impresión de colores más sutiles y agradables que llenarían los salones de toda Europa. Destacan fabricantes como Juan Bautista Jackson y John Seringham, en Inglaterra; JF Bumstead & Co, en Boston; William Poyntell, en Filadelfia; y John Rugar, en Nueva York.
Chatsworth House.
Bien es cierto que aunque Inglaterra y Francia se erigieron como paladines del diseño del papel tapiz, ya desde finales del siglo XVII este se importaba de China. Eran verdaderas obras de arte que se realizaban totalmente a mano, por lo que se vendían a unos precios desorbitados, solo asequibles para decorar palacios y grandes casas.
En próximos post hablaremos de los papeles pintados en Francia y Estados Unidos durante el siglo XIX.